Etapa
11: Hontanas – Boadilla del Camino
Distancia:
28,5 kilómetros
Avituallamiento:
Un plátano. Una manzana.
Canción
que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Billets Doux
(Intérprete: Django Reinhardt)
Desde
hace unos cuantos días he compartido camino y conversación a ratos
con Juan, gallego de Vilagarcía de Arousa, 34 años, que está
volviendo a casa despacio, y con Jesús, alicantino de unos 65 años
que camina a una velocidad que a Juan y a mí nos resulta imposible
seguir. En el rostro de Jesús hay surcos en los que se podrían
insertar monedas de dos euros. Ayer por la noche, antes de cenar, me
contó entre lágrimas su historia, que no reproduciré por respeto y
pudor. Pero digamos que es una historia difícil y que es una de las
razones por las que está haciendo el camino a solas. Creo que le
cuesta un poco de trabajo relacionarse con la gente, primero porque
todos son bastante más jóvenes que él, también porque no habla
inglés, pero tal vez y sobre todo porque cualquier conversación
mínimamente profunda acabaría, como ocurrió ayer, con él
rompiéndose y pidiendo perdón por romperse. Ayer cenamos los tres
juntos y conseguimos hablar de nada importante, de fútbol o del
camino o quizá de alguna chica. Y al terminar la cena Jesús dijo
que le gustaría caminar con nosotros al día siguiente, él, que
hasta ahora ha caminado solo y que al final de cada etapa deja
discretamente sus cosas junto a su litera y después se va a ver
“cómo está lo de comer en este pueblo”.
Esta
mañana se ha levantado antes que nadie, pero nos espera en la
puerta. Y los tres empezamos a caminar juntos. Al principio caminamos
en paralelo, hablando muy de vez en cuando, manteniendo todos el
mismo ritmo. Poco después Juan se va retrasando (arrastra problemas
con las costuras de una de sus botas, que le está dañando el pie).
Jesús mira para atrás, quiere ir más despacio. Le digo que no, que
cada uno a su ritmo, que no se preocupe.
-
Pero es que yo hoy quería caminar con vosotros.
Insisto.
Le digo que si rebaja su ritmo normal, se va a cansar más. Y él
sabe que tengo razón y sigue caminando conmigo, pero de vez en
cuando echa una mirada hacia atrás.
-
¿Estás seguro de que tu amigo está bien?
Le
digo que sí, que tiene problemas con una bota, que si quiere ir más
deprisa, no hay problema. Nos veremos cuando lleguemos a Boadilla.
-
¿Estás seguro?
-
Claro.
Y
entonces Jesús despliega sus bastones, que hasta entonces colgaban
de su mochila, y comienza a caminar impulsándose con ellos. Y es
como si con cada zancada, con cada golpe de bastón, apartase el
paisaje a su paso, como si convirtiese el suelo en una cinta
transportadora. Y ya está, en menos de un minuto me ha sacado
doscientos metros. Ayer, durante la cena le dije “vas como un tiro,
Jesús”. Y por primera vez le vi sonreír, una sonrisa breve y
enorme que por un instante redujo la profundidad de sus arrugas.
Jesús
se va y Juan va por detrás, así que camino solo durante el resto de
la jornada. Y lo que la jornada ofrece, después de un café en
Castrojeriz y de la subida (mucho menos dura de lo que había leído
aquí y allá) al Teso de Mostelares, es una nueva ración de nada en
absoluto, de meseta vacía y dura y austera. Todo hueso, todo hueso.
Casi
sin darme cuenta, la vista fija en las rectas interminables, entro en
Palencia (con P) por Itero de la Vega, donde me tomo una cerveza
antes de afrontar los ocho kilómetros de vacío que todavía me
separan de Boadilla. A mitad de camino, en mitad de la nada, del
páramo que ahora mismo tres o cuatro personas (a unos 200 metros los
unos de los otros) nos empeñamos en recorrer a pie, un estruendo, un
ruido que parece venir de otro universo, o al menos de otro tiempo.
La intuición me hace mirar al cielo y casi tengo que agacharme: dos
cazas F-16 de maniobras pasan volando muy bajo, tan bajo que casi
puedo ver la cara del piloto, que ya no está, que ya se ha ido, que
quizá esté ya sobrevolando Santiago (de Compostela). O al menos a
Jesús, del que no hay rastro cuando llego a Boadilla del Camino.
Buena señal. Se siente rápido y fuerte y a saber dónde habrá
llegado pensando en sus cosas, casi sin darse cuenta.
Por
la noche comparto una cerveza con Juan, Barak, israelí enamorado del
jamón (quiere llevarse una pata de ibérico a su casa) y (por
primera vez) con el Nieto de Johnny Winter, que es jardinero en
Nantucket y resulta ser un buen conversador. Las elecciones
americanas se acercan y es imposible no hablar del asunto. Varios
días después recordaré su última frase, antes de que todos nos
vayamos a dormir:
-
Si gana Trump, no creo que vuelva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario