Despacio


Etapa 3: Estella – Los Arcos
Distancia: 21,2 kilómetros
Avituallamiento: Cables rojos sweet & sour con… no sé… una cosa blanca dentro. Y cacahuetes Grupo IFA.
Canción que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Extraña sensación (Intérprete: Toconos)

Doooo – Miiiii – Doooo – Miiii – Doooo – Miiii

Francis nos despierta soplando con delicadeza su armónica desde la puerta del dormitorio y al salir de la habitación compruebo que no mentía cuando me dijo que tendríamos un “ggan desayuno” por la mañana: dos docenas de huevos duros, fruta fresca recién pelada y cortada, naranjas y mandarinas, pan tostado, mantequilla, mermelada, nutella, café y cuatro clases de té… además de gachas de avena, preparadas por Laurin.

- Ag. Comida paga pájagos. Qué gago es este tío.
- Hmm. Oatmeal… My favorite…
- ¿Qué? ¿Qué ha dicho ahoga?

De hecho, Laurin es el único que prueba las gachas, mientras las dos coreanas no salen de su asombro al presenciar una demostración extrema del concepto “on toast” a cargo de Rob, que destroza dos huevos duros sobre una tostada.

Nos despedimos deprisa. Francis insiste en que Vitor debería visitar el museo Oteiza y le suelta una disertación improvisada sobre la escultura del vacío justo antes de que siga pedaleando en dirección contraria a la nuestra. Me jode que no vayamos a vernos otra vez. Tampoco es probable que vaya a ver mucho más a Rob, cuyas ampollas le van impedir seguir un ritmo normal de marcha, si es que no le obligan a abandonar. Y Francis y yo nos damos un abrazo. Va a ser difícil encontrar tanta hospitalidad y tantas ganas de conversación en este viaje. También va a ser difícil encontrar a alguien tan “especial” como él.

- Oh, bye, Laurin.
- Uh? Ah, bye. Buen camino.

Salgo de Estella con Irene, la coreana, que habla un poco de español y llegamos hasta la fuente de vino que bodegas Irache tiene instalada a las afueras de la ciudad para los peregrinos. Aún no ha amanecido, pero después de semejante desayuno, decidimos echar un trago, con la esperanza de que el vino nos haga olvidar lo mucho que todavía nos duelen nuestros respectivos muslos izquierdos.

Y funciona. Poco a poco las piernas se van desentumeciendo, al mismo tiempo que el sol empieza a asomar, a elevarse sobre la bruma que ahora mismo cubre el valle y apenas deja ver la ciudad desde las colinas a las que ya nos vamos encaramando paso a paso. Camino con cuidado, a zancadas cortas, tratando de no forzar la pierna izquierda. Las sensaciones son fantásticas. Me gusta caminar al amanecer, bajo el sol frío de las ocho y media, sentir cómo poco a poco va subiendo la temperatura. La falta de velocidad es importante. Estoy viendo la región en la que nací como nunca la había visto hasta ahora. He estado en Tierra Estella varias veces, la he atravesado muchas más, pero ahora, caminando despacio por senderos que ni siquiera sabía que existían, siento que estoy en otro país, sin duda porque a este ritmo el país se toma su tiempo para dejarme que lo mire, lo huela, lo escuche y lo pise. De hecho, ayer, durante la cena con Vitor y Rob, estuve a punto de decir algo así como “soy de Pamplona, una ciudad que está en el norte de...”, cuando de repente caí en la cuenta de que tan sólo estaba a veinte minutos en coche de la ciudad en la que nací. Rodeado de extranjeros, y después de dos jornadas de viaje, bien podría haber estado en Singapur. Y así es como me sentía.

Tengo dos opciones: llegar hasta Torres del Río o quedarme en Los Arcos. Opto por la segunda, aunque de esta forma la etapa de mañana, que termina en Logroño, será más larga y dura. La pierna está respondiendo pero no quiero forzarla más. Por hoy es suficiente. 
 
En Los Arcos me recibe un nuevo día de verano de este octubre tan raro. El albergue en el que me quedo es grande y lo llevan dos belgas que me resultan tan impersonales como el propio establecimiento. Sí, voy a echar de menos a Francis. Y a Rob y a Vitor. Incluso a Laurin.

Subo a mi habitación, me desprendo de la mochila y me doy una ducha. Cuando regreso, una de las Gemelas Gilipollas ya está dejando sus cosas sobre su litera. Me compro una lata de cerveza en la máquina que hay en la cocina y salgo a bebérmela sentado al sol. Allí están la Chica Danesa, auscultando el horizonte, y Joe, degustando su tercer Aquarius de limón.

- Hi, mate. Fuck, this shit is good. We don’t have this shit in England. Shit.

Una tarde en Estella



- ¿Has dejado las botas fuega? Bien, ahoga siéntate y come un poco de fguta. ¿Cansado? ¿Ampollas? ¿No? Todo bien entonces…
- Bueno, la pierna izquierda… La parte de atrás del muslo está algo cargada.

Francis va a decir algo, pero justo en ese momento se abre una puerta y aparece otro individuo, también de unos 65 años y también con gafas y barba, algo más blanca que la de Francis, una especie de Donald Sutherland adormilado y lento.

- Ah, hello. ¿Spanish? ¿French? ¿Italian?
- Spanish. Just got here.
- Good, good. Have some melon…

A Francis se le abren los ojos tras las gafas al escucharnos.

- Ah, ¿tú entiendes lo que dice este tío? Se llama Laugin, es de Califognia. Y es… vegetagiano. Ag. Llegó ayeg paga ayudag aquí como voluntagio, como yo, pego no habla fgancés ni español… y yo no hablo inglés...

Los dos pertenecen a la Federación de Hospitaleros Voluntarios, personas de todo el mundo que ya han hecho el Camino y ofrecen sus servicios de forma gratuita (normalmente por no más de dos semanas) en albergues como este, después de hacer un “cursillo”.

- Dile que tiene que sacudig las mantas. Cgeía que me había entendido, pero no…
- Francis says you have to shake the blankets…
- Uh? The blankets?
- That’s what he said…
- Mantas, mantas. Sacudig las mantas. Ahoga.
- Uh?
- The blankets. Shake the blankets… now.
- Ah no, not now. Later. I have to do some cooking now…

Y ante la cara de pasmo de Francis, Laurin se da media vuelta, se mete en la cocina y empieza a prepararse unas alubias rojas.

- C’est pas vrai! ¿Te lo puedes cgeeg?

En ese momento llega un tipo en bicicleta.

- Ah, el númego dos. Igual nos llenamos hoy, igual que ayeg. Nunca se sabe…

Es Vitor, diseñador gráfico, de Sao Paulo. Nos cuenta que está haciendo el Camino en bicicleta, pero al revés, de Santiago a Roncesvalles, después de haber llegado a Galicia desde Madrid y después de haber pedaleado más de 11.000 kilómetros desde que llegó a Europa, en febrero. Su intención inicial era limitarse a Italia, de donde proceden sus ancestros, pero ya que estaba, se pasó también por Albania, todos los países balcánicos, Portugal, Marruecos y Francia.

- Yo soy de Fgancia. De Avignon.
- Ah. Eshtuve en Avignon. Muito bonito..
- Sí, sí, bonito. Pego hay gatas tan ggandes como mi bgazo, pog culpa de una deficiente gestión de las basugas...

Francis sigue desgranando las razones de la plaga de ratas en Avignon, pero en ese momento entra la “número 3”, una pequeña coreana de unos 25 años que se hace llamar Irene y que por lo visto tiene el mismo problema que yo en la parte trasera del muslo izquierdo. Francis, que parece sentir un fervor especial por las coreanas, le hace un resumen del funcionamiento del lugar y le enseña el albergue. Mientras tanto llega Rob, 30 años, australiano de Sydney, abogado criminalista que lleva ya cinco meses en Europa y al que, mientras estaba en París, alguien convenció de que caminar hacia Santiago (de Compostela) era lo mejor que podía hacer con su tiempo en el próximo mes. La improvisación sin duda ha tenido algo que ver en las sobrecogedoras ampollas y rozaduras que adornan sus pies. Francis regresa…

- La pequeña cogeana está en la ducha ahoga. Vuestgas duchas están en el otgo lado, pego igual si entgáis ahoga en la de chicas, la pequeña cogeana os deja duchagos con ella… O igual no… Quién sabe.

Rob se parte de risa con el comentario, que traduzco porque no habla español. Sigo traduciendo. Francis le dice que es francés, de Avignon.

- Ah, like the song… “sur le pont d’Avignon, on y danse on y danse”… Beautiful city. I’ve been there.
- Sí, sí… beautiful. Pego una teggible gestión de las basugas ha hecho que apagezcan unas gatas así de gogdas…

Aprovecho el momento para meterme en la ducha (en la de chicos) y cambiarme cuando vuelvo a la sala ha aparecido una segunda coreana. Francis es todo entusiasmo.

- Ah, Gaúl. A Igene también le duele el muslo degecho. Igual le puedes dag un masaje. Pego en el muslo, no subas más aggiba, eh? Jaja. Pas plus haut. No más aggiba. Jaja. ¿Tu comprends? Jaja. No más aggiba. Jaja.

Vitor, Rob y yo decidimos escapar unos momentos del extraño “humor cristiano” (facción “estesiana”) de Francis y cojear hasta el centro para tomarnos unas cervezas en una terraza. La tarde es fantástica y la conversación fluye como suelen fluir las conversaciones entre tres gentlemen (así nos califica Rob) que proceden de tres rincones totalmente distintos del planeta y a quienes les gusta la cerveza: de puta madre. Después de tres pintas y pollo asado y medio nos hemos contado nuestras vidas, hemos hablado de novias y ex novias, trabajos y ex trabajos, sueños y frustraciones y concluimos que el mundo es básicamente incomprensible y caótico y que todo está fuera de nuestro control, así que cuanto antes aceptemos esta realidad incontestable, más contentos estaremos. Y así, espoleados por esta nueva sabiduría, cojeamos de vuelta al albergue, con ganas ya de meternos en la cama.

Pero antes de irnos a dormir Francis tiene algo importante que decirnos. Incluso Laurin le escucha como si pudiese entenderle:

¿Sabéis? Alguien me dijo una vez que el Camino es el manicomio de España. Y es vegdad. Hay tipos que se han quedado atascados aquí dugante años. Que siguen atascados aquí. Van a Santiago y vuelven. Andando. Van y vuelven y van y vuelven y van y vuelven. Como un bucle. Oui, como un loop. Yo los he visto. Están tagados. Locos. Fous. Clago, vienen a sitios como éste, donde sólo pagas si quiegues, donde te dan fguta y bebida y desayuno ggatis, cama y comida… No tienen que gastag nada. Así que van y vienen, van y vienen, van y vienen… Así que os voy a dag un consejo: escgibid a vuestgas familias. Llamad a vuestgos amigos de vez en cuando. Pogque toda esta gente de la que os hablo ha cogtado todas las conexiones. Y ya no se acuegdan de quiénes egan antes de empezag a andag”.

Estoy cansado y satisfecho. No sólo he conseguido dar esquinazo a las Gemelas Gilipollas, el nieto de Johnny Winter, Joe y los demás, sino que he pasado una tarde fantástica y por primera vez tengo la sensación de que todo esto puede haber sido una muy buena idea.

Antes de meternos en la cama, Francis insiste en rociar con agua de lavanda nuestras almohadas, dejando claro que lo hace porque le hemos caído bien, “no hago esto con todo el mundo, ah non”. Y ya hemos apagado la luz cuando desde la puerta susurra…

Buenas noches. Que soñéis con las angelitas… cogeanas”.

Extraños compañeros de viaje


Etapa 2: Puente la Reina – Estella
Distancia: 22 kilómetros
Avituallamiento: Galletas de mantequilla con lámina de chocolate encima Carrefour.
Canción que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: “Solamente una vez” (Intérprete: Lucho Gatica)

El silencio de Dios es con frecuencia doloroso. Su indiferencia, insoportable.

Finalizado mi rezo y después de pasarme por el supermercado para comprarme media barra de pan y un fuet Casa Tarradellas (de los que doy buena cuenta a la vera del puente románico, mirando el río pasar al estilo laosiano), vuelvo al albergue de los Padres Reparadores y me encuentro con que mi habitación está repleta de hijos de puta. En fin, es así como los etiqueto en un arrebato de ira, al comprobar que no menos de tres de ellos están descansando sobre mi cama, mientras el resto, sentados o tumbados en sus respectivos colchones, o colgados por las piernas de las barras superiores de las literas hablan a voz en cuello (en inglés) y se parten de risa por algo que uno de ellos ha dicho. Todos parecen conocerse y ninguno repara en que acabo de entrar por la puerta y he dicho “hola”. Tampoco reparan en mí cuando a trompicones trato de llegar hasta mi mochila, dejando caer un par de “excuse me”. Sin duda estoy sufriendo un nuevo episodio de invisibilidad, un mal que me aqueja desde aquel día de 2003 en el cine Príncipe de San Sebastián, cuando una señora se me sentó encima a falta de cinco minutos para que empezase la proyección de Dogville y aún no habían apagado las luces.

Descarto, por tanto, la idea de tumbarme en mi cama a descansar un rato y me voy a leer y escribir al salón-comedor. A lo largo de las horas van entrando y saliendo los individuos con los que al parecer (si no desfallezco, si no voy demasiado deprisa ni demasiado despacio, si ellos no son atropellados por un camión, partidos por un rayo o secuestrados, asesinados y descuartizados por un psicópata oculto en un arbusto) voy a compartir camino durante las próximas semanas. A saber:

- Las Gemelas Gilipollas: no son gemelas, pero sin duda son gilipollas. Dos americanas de Virginia, de unos 23 años, que no paran de hablar a gritos y de reírse a gritos por absolutamente todo y de decir “like” cada tres palabras (a gritos), lo que confirma su condición de gilipollas. Su desinterés por Puente la Reina resulta conmovedor. Desafortunadamente, sus literas están justo enfrente de la mía.

- Joe. Inglés. Tendrá más o menos mi edad, está completamente calvo, cultiva una pequeña panza y cree que es muy gracioso. No se llama Joe (al menos, que yo sepa), pero parece recién salido de una película de Ken Loach. Así que, en lo que a mí respecta, su nombre es Joe.

- El nieto de Johnny Winter. Americano, casi albino, extremadamente flaco y alto, pelo rubio largo, gorra hacia atrás, camisa abierta sobre torso sin vello, bermudas a cuadros, veinte años. Habla como si hubiese dado la vuelta al mundo siete veces, como si tuviese tres ex mujeres, antecedentes penales, un premio Nobel de Física, siete costillas rotas por un accidente de moto en el Gran Premio de San Marino, doce medallas al mérito en combate contra los terroristas del ISIS y respuestas para todas las preguntas. Como si, en fin, estuviese de vuelta de absolutamente todo… a sus veinte años. Oh, man...

- La Familia Park. Compuesta por Mamá Park, Papá Park, Hijo Park 1 e Hijo Park 2. Como su (presunto) apellido indica, vienen de Corea, país al que pertenece más o menos el 45 por ciento de los peregrinos que ahora mismo se arrastran hacia Santiago (de Compostela). No les he visto sonreír ni una sola vez. Ni hablar con nadie. Ni hablar entre ellos. Los hijos tendrán 18 o 20 años y lucen pelo cortado a tazón. Hijo Park 1 lleva gafas. Hijo Park 2, no. Ambos fuman, algo que por alguna razón no me esperaba. Mamá Park tiene un termo con sopa y otro con verduras y moja estas últimas en el caldo con la ayuda de unos palillos antes de introducírselas en la boca y masticar lentamente. Papá Park no está casi nunca. No sé qué hace cuando no está.

- La chica danesa. Unos 25 – 30 años. Es chica y también danesa. La única persona con la que he tratado de hablar, sin mucho éxito. Al parecer sólo le interesa hablar con Joe. Sonríe tanto como los Park. Mira bastante al horizonte. O a ese punto en el que el horizonte debería estar.

- Vittorio y Marcello. Italianos. Vittorio es gordo. Marcello es flaco. Vittorio es calvo. Marcello se ha dejado crecer la barba (hirsuta es el adjetivo que no puedo ahorrarme aquí…, disculpas) durante al menos tres años y podría ceñírsela al ombligo con un cinturón si lo considerase oportuno. Parecen buenos tipos, pero ya veremos.

Todos ellos duermen en mi habitación, de la que Joe, las Gemelas Gilipollas, el nieto de Johnny Winter y otros dos tipos sin identificar no han salido en todo el día y a la que no me atrevo a volver hasta las diez de la noche. Para mi sorpresa, todas las luces están apagadas y todos mis compañeros de habitación en sus camas, así que enciendo mi Led Lenser P2 y me derrumbo en mi litera por fin y cierro los ojos mientras el mundo alrededor se va desvaneciendo… hasta que alguien empieza a roncar como si tuviese dos tractores John Deere de 1970 insertados en las fosas nasales. Por primera vez siento que pertenezco al mismo bando que todo el resto de moradores del Dormitorio 3, puesto que de pronto todos tenemos un enemigo común. Tchsssss, What the fuck??, Jesus Christ!, hostia puta!, Putain!, Cazzo! 도대체! son las palabras con las que sellamos nuestro pacto de agresión verbal contra la que va a ser la fuente de nuestro insomnio esta noche.

A la mañana siguiente nadie ha conseguido dormir más de dos horas. Ni siquiera las Gemelas Gilipollas tienen ganas de reírse de nada. Sólo una pregunta sobrevuela nuestra mala hostia: Quién? Who? Qui? Chi? 누구? La respuesta es sencilla. ¿Por qué? Porque a pesar de ser el único que ha conseguido dormir, también es el único que sigue durmiendo ahora, bajo seis o siete pares de miradas que tratan de memorizar sus rasgos, grabarlos para siempre en la retina con el fin de nunca, nunca más compartir con él habitación. Tal como sospechaba, es Julian Assange, un francés de unos treinta y cinco años y pelo total y prematuramente blanco (con cejas a juego) a quien diez horas antes, en el comedor, he oído soltarle a un chavalillo una batería de consejos que denotaba su afición por el coaching, los manuales de autoafirmación y liderazgo y otras sandeces que están haciendo de este mundo un lugar cada vez más estúpido e inhabitable.

No tengo ganas de abandonar la cama todavía y me limito a dejar que la gente vaya saliendo de la habitación y del albergue. Después me tomo un cortado de máquina y unas galletas, me ajusto la mochila, salgo y empiezo a caminar. Camino deprisa, con paso firme. Lo cierto es que camino muy deprisa. Quiero adelantarles a todos. Y les adelanto, uno a uno, como si cada adelantamiento los fuese a borrar para siempre del camino de flechas amarillas. Pero miro hacia atrás y allí siguen, paso a paso, metro a metro. Sin embargo, por fin estoy solo otra vez, nadie en el horizonte, por delante la ruta es mía. Y oh el amanecer, oh el olor a leña cuidadosamente quemada en los hogares, oh los pequeños pueblos vacíos, oh el romero y las encinas, oh las primeras cepas todavía repletas de uvas... Y de pronto un pinchazo en la parte posterior del muslo izquierdo, un pinchazo insignificante al principio, pero que kilómetro a kilómetro se va abriendo paso entre músculos y tendones y que me hace llegar a Estella cojeando y lleno de dudas sobre mis posibilidades de volver al camino mañana.

A pesar de todo, elijo el albergue más alejado, aquel al que sólo se llega tras subir una cuesta terrible que después de seis horas de etapa rompepiernas imagino que nadie del grupo tendrá ganas de atacar. Me planto en la puerta y justo cuando voy a cruzarla un tipo con barba y gafas de unos sesenta y cinco años me cierra el paso.

- ¿Español, inglés, fgancés o alemán?
- Español
- ¿De dónde vienes?
- De Puente
- Has venido muy depgisa. Eges el pgimego de hoy. ¿Te has quedado donde los Padges Gepagadoges?
- Sí
- Ag. Chinches.
- Posiblemente.
- Muy bien. Pgimego, antes de entgag, hay que quitagse las botas y dejaglas en esa estantegía. Después, si quieges, podgás tomag fguta fgesca, café, té o un poco de vino. Mañana pgepagagemos un ggan desayuno. Y si te pagece bien, antes de igte nos dejas la voluntad en ese buzón. Aquí pgacticamos la hospitalidad cgistiana. Me llamo Fgancis. Soy fgancés. De Avignon. ¿Y tú?

Creo que esta vez he acertado.

El placer de caminar




Etapa 1: Pamplona – Puente la Reina
Distancia: 24 kilómetros
Avituallamiento: Cacahuetes Grupo IFA

Por alguna razón incomprensible, cuatro años después de los hechos recogidos en UN ASUNTO EXTERIOR me despierto en Pamplona, en casa de mi madre, como si no hubiesen pasado más de cuatro minutos. Cosas de la edad tardía, supongo, y de su peculiar manera de percibir el tiempo. Son las ocho de la mañana y en la radio Pepa Bueno desgrana todos los detalles de algo llamado “la crisis del Partido Socialista” que al parecer es asunto de gran importancia, sobre todo para el propio Partido Socialista. En el apartado meteorológico, se anuncian grandes lluvias en todo el país, algunas de cuyas comunidades se encuentran en alerta roja por tormentas con aparato eléctrico, riadas, corrimientos de tierra y otras catástrofes que me dan mucho miedo y me invitan a quedarme en casa hasta el día de mi muerte. Pero por si acaso, saco la mano por la ventana, y al volver a introducirla en la tibia hospitalidad del salón compruebo que está completamente seca, lo que me llena de entusiasmo, amor por mis vecinos y confianza en mí mismo. Así que tomo una decisión.

- Mamá, como veo que no llueve, casi me voy andando a Santiago.
- ¿A Santiago? ¿De Chile?
- No. De Compostela.
- Ah… de Compostela. Bah… si no hay océano… Nada, ve, ve. Lo único... coge algo de abrigo, que por León creo que refresca.

Así que me acabo el café, meto tres mudas, una navaja suiza, un paquete de cacahuetes pelados y algo de abrigo en en mi vieja mochila, me calzo las botas, cojo la puerta y me voy.

Km. 0
Salgo del portal y confirmo no sólo que no llueve, sino que grandes claros se están empezando a abrir ya en el cielo de Pamplona y por ende en el de mi porvenir peregrino. Con gran solemnidad doy el primer paso y al hacerlo pienso de inmediato en Julio Cortázar y aquello de “la tarea de ablandar el ladrillo todos los días”, y también de inmediato reparo en que este ladrillo en particular tiene unos 700 kilómetros de espesor y que voy a tratar de ablandarlo por el procedimiento de acariciarlo suavemente con una pluma de ganso. Este paso es la primera de muchas caricias. Que comience la erosión, pues.

Metro 250
Al bajar la cuesta de la Plaza de los Fueros noto una leve punzada en el talón de aquiles de mi pie izquierdo. Me doy media vuelta. Andar hasta Santiago (de Compostela). Qué idea tan idiota. Que ablande el ladrillo su puta madre…

Metro 200
Pensándolo bien, hay al menos una persona que no volvería a mirarme a la cara (ni a ninguna otra parte de mi cuerpo, si vamos a eso) si me rindiese ahora… Tampoco molesta tanto, lo del talón… Y toda esta gente… toda esta gente que me mira… que mira cómo mi mochila, mi cortavientos, toda mi inversión en Decathlon se mueven de pronto en contradirección… Venga, vamos. ¡Vamos!

Km. 5
Poco a poco Pamplona va quedando atrás (y me sorprende lo sencillo que es dejar cosas atrás simplemente caminando), con su tráfico de primera hora y sus ciudadanos corriendo a ocupar su puesto en la tuerca, tornillo o rodamiento que les corresponda dentro del engranaje que hace funcionar la ciudad, el país o el planeta. La carretera se empina ligeramente, llego a Cizur Menor y casi sin querer también lo dejo atrás. Por fin voy a abandonar el asfalto y a caminar campo a través, voy a entrar en ese espacio de silencio en el que mis pensamientos se acompasarán al sonido de mis botas contra la tierra y la piedra y se verán así iluminados por asociaciones inéditas… pero justo en ese momento un vecino vestido con un mono de cuero negro sale del portal de su casa, se pone un casco integral negro con visera negra, se encabalga en su Yamaha negra, la arranca y sale disparado, negro y estrepitoso. Es así como me asalta el recuerdo de la serie El halcón callejero, y recordándola me interno en campo abierto. Y en el silencio de las cañadas me digo a mí mismo que “El halcón callejero sin duda se produjo y emitió a raíz del éxito de El coche fantástico, de la que puede considerarse una versión sobre dos ruedas”, lo que me lleva a pensar en David Hasselhoff, lo que desafortunadamente me lleva a pensar también en David Hasselhoff cantando “Coming to America”, canción que ya no desaloja mis neuronas hasta llegar a Muruzábal e impide cualquier clase de iluminación, epifanía o asociación inédita.

Km. 11
Indignación al llegar a Zariguiegui: al parecer hay otras personas caminando hacia Santiago (de Compostela). Son de diversas tallas y procedencias, a juzgar por lo que veo y oigo mientras trato de amortiguar el desdén que se me desborda por entre las pestañas. Me molesta mucho verles pisar este camino que hasta ahora era sólo mío, subir en fila a El Perdón con sus cubremmochilas impermeables de color naranja, romperme la soledad. Me molesta. Mucho. En verano esto debe de parecer la autopista a Benidorm. Fuera. Fuera de aquí. ¡Fuera, he dicho!

Km. 19
Muruzábal. "Coming to America" cesa por fin.
Esquivo (por poco, por muy poco) la ermita de Eunate.

Km. 24
Unas cinco horas después de salir de Pamplona, llego a Puente la Reina, tras atravesar Obanos sin que nadie me tire piedras ni me impida el acceso al pueblo. Ha pasado ya mucho tiempo de aquello de todas maneras… pero, en fin, esa es otra historia. No tengo ampollas, no me duele nada, aunque noto que la pierna izquierda está algo cargada. Me alojo en el Albergue de los Padres Reparadores, que a pesar de lo que su nombre indica y de la clásica blandura y la forma de silbar las eses del padre reparador que me atiende, recuerda (wifi gratis en todas partes, zona común, cocina, nevera donde alguien ya ha dejado un buen surtido de cervezas, máquina de café, máquina de Coca-Cola y Aquarius, máquina de chocolatinas, media de edad de 25 años...) a cualquier guesthouse tailandesa. El padre reparador no habla mucho. Se limita a coger mis cinco euros y a indicarme dónde debo dormir, empleando las palabras justas. Ni una sola más. Me corresponde el Dormitorio 3, en el que se amontonan diez literas, por ahora vacantes a excepción de la mía. Rezo (este parece ser un lugar adecuado para hacerlo) para que siga así. Pero por lo visto no hay nadie al otro lado de mis plegarias.