Sesenta y cinco euros



Etapa 15: El Burgo Ranero - León
Distancia: 37,1 kilómetros
Avituallamiento: Mollejas en salsa. Un sandwich vegetal
Canción que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Azurro (Intérprete: Adriano Celentano)

A las cuatro de la mañana creo oír algo o ver algo. O ambas cosas. Hay un espasmo, una vibración, sombras que se mueven, alguien que sube a una litera, alguien que tropieza, alguien que dice “ma che cazzo”. Sea lo que sea, ocurre en un parpadeo, tan breve que apenas puedo registrarlo. Vuelvo a dormirme.

Cuando me despierto, a eso de las siete, resulta evidente que algo ha ocurrido a las cuatro de la mañana. Massimiliano duerme en su litera. Y Lara, la alemana, acaba de bajarse de la que está justo encima de la mía. Me acerco a ella con una sonrisa todavía soñolienta, los hombros encogidos, los brazos abiertos y las palmas de las manos hacia el cielo.

- What are you doing here?
- No… don’t ask.

No preguntes, ni se te ocurra preguntar, me dice con cara de sueño, frío, frustración, hastío, vergüenza, derrota, arrepentimiento, humillación, resaca… todo al mismo tiempo. Se gira y me da la espalda mientras va a prepararse un café caliente a la cocina. Allí está ya Anna que, como yo, ha dormido a las mil maravillas y ya tiene puesta la sonrisa de cada mañana, en esta ocasión aliñada con unas gotas de victoria. Se la devuelvo y pregunto:

- ¿Cuánto han aguantado?
- 13 kilómetros, hasta el primer pueblo. Massi dice que hacía mucho fredo…
- No me digas… ¿Y cómo han vuelto?
- En taxi…
- ¿Han vuelto en taxi?
- Sí. Sesenta y cinco euros.
- ¿Sesenta y cinco euros de taxi? ¿Por trece kilómetros?
- Sí. Lo han llamado por teléfono y ha tenido que venir desde León...
- ¿Desde León?
- Sí… Y lo ha pagado Massimiliano. La alemana decía que no tenía cash...
- Joder…
- Y ha dormido aquí, porque la puerta de su hotel estaba cerrada… Y además se fue sin pagar… ni siquiera el vino.
- ¿Y Juan?
- Siguió. Le he mandado un mensaje, pero no contesta.

Desayunamos café y tortilla en el mismo lugar donde ayer nos tomamos doce mil trescientas cervezas y que hoy parece inofensivo, una simple cafetería de pueblo, con su olor a café y sus ancianos leyendo el Marca. Fabio empieza la etapa con nosotros, pero poco a poco se va quedando atrás, así que durante el resto del día somos sólo Anna y yo, a lo largo de treinta y siete kilómetros en los que caminamos repitiendo cada quince o veinte minutos el siguiente mantra:

- Sesenta y cinco euros.
- Para volver al punto de partida.
- Sesenta y cinco euros por un taxi.
- Y la cabrona no pagó nada.
- Ni siquiera el vino.
- Qué hija de puta.
- Sesenta y cinco euros.

A mitad de camino Anna llama a Juan, que por fin responde.

- Ya estoy en León. Estoy bien. Me voy a dormir. Nos vemos mañana.

Así que el muy descerebrado lo ha conseguido. No lo decimos en voz alta, pero el alivio es grande. Estábamos realmente preocupados. Pero ya está allí, durmiendo en casa de una amiga. A lo mejor sí que sabía lo que hacía y a su manera ha disfrutado de la aventura. Está loco, pero está bien.

Las rectas vuelven a ser exasperantemente largas, pero la conversación ayuda a ir pasando kilómetros. Seccionamos la etapa en tres partes y en la segunda parada nos comemos un sandwich en un restaurante al borde de la carretera. Poco a poco entramos en el área industrial de los alrededores de León, y después de salvar un par de colinas, avistamos por fin la catedral, inmensa incluso desde esta distancia. Por primera vez en este viaje siento una descarga eléctrica en mi piel, un arrebato de emoción que apenas puedo contener. Aún nos costará otra hora y media llegar hasta el albergue de las monjas benedictinas, más bien una especie de lúgubre hospital militar para heridos de guerra que huele a linimento y tiene la calefacción demasiado alta. Y veremos la catedral iluminada por la noche y cenaremos demasiado y comprobaremos que Massimiliano ha decidido hacer la etapa en autobús. Pero por ahora, todavía a las afueras de la ciudad, chocamos esos cinco y esos otros cinco y en lugar de echarnos a llorar, que es lo que tal vez nos apetece, nos partimos de risa. Lo hemos conseguido. Treinta y siete kilómetros y dos semanas después de salir de Pamplona, estoy en León.

- Sesenta y cinco euros.
- Ni siquiera el vino.
- Qué hija de puta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario