Etapa
2: Puente la Reina –
Estella
Distancia:
22 kilómetros
Avituallamiento:
Galletas de mantequilla con
lámina de chocolate encima
Carrefour.
Canción
que hoy se repite en mi cabeza mientras camino:
“Solamente una vez” (Intérprete: Lucho Gatica)
El
silencio de Dios es con frecuencia doloroso. Su indiferencia,
insoportable.
Finalizado
mi rezo y después de pasarme por el supermercado para comprarme
media barra de pan y un fuet Casa Tarradellas (de los que doy buena
cuenta a la vera del puente románico, mirando el río pasar al
estilo laosiano), vuelvo al albergue de los Padres Reparadores y me
encuentro con que mi habitación está repleta de hijos de puta. En
fin, es así como los etiqueto en un arrebato de ira, al comprobar
que no menos de tres de ellos están descansando sobre mi
cama,
mientras el resto, sentados o tumbados en sus respectivos colchones,
o colgados por
las piernas de
las barras superiores
de
las literas hablan a voz en cuello (en inglés) y se parten de risa
por algo que uno de ellos ha dicho. Todos parecen conocerse y ninguno
repara en que acabo de entrar por la puerta y he dicho “hola”.
Tampoco reparan en mí cuando a
trompicones trato
de llegar hasta mi mochila, dejando caer un par de “excuse me”.
Sin duda estoy sufriendo un nuevo episodio de invisibilidad, un mal
que me aqueja desde aquel día de 2003 en el cine Príncipe de San
Sebastián, cuando una señora se me sentó encima a falta de cinco
minutos para que empezase la proyección de Dogville
y aún
no habían apagado
las luces.
Descarto,
por tanto, la idea de tumbarme en mi cama a descansar un rato y me
voy a leer y escribir al salón-comedor. A lo largo de las horas van
entrando y saliendo los individuos con los que al parecer (si no
desfallezco, si no voy demasiado deprisa ni demasiado despacio, si
ellos no son atropellados por un camión, partidos por un rayo o
secuestrados, asesinados y descuartizados
por un psicópata oculto en un arbusto) voy a compartir camino
durante las próximas semanas. A saber:
-
Las Gemelas Gilipollas: no son gemelas, pero sin duda son gilipollas.
Dos americanas de Virginia, de unos 23 años, que no paran de hablar
a gritos y de reírse a gritos por absolutamente todo y de decir
“like” cada tres palabras (a gritos), lo que confirma su
condición de gilipollas. Su
desinterés por Puente la Reina resulta conmovedor.
Desafortunadamente,
sus literas están justo enfrente de la mía.
-
Joe. Inglés.
Tendrá
más o menos mi edad, está completamente calvo, cultiva
una pequeña panza y
cree
que es
muy
gracioso.
No se llama Joe (al menos, que yo sepa), pero parece recién salido
de una película de Ken Loach. Así que, en lo que a mí respecta, su
nombre es Joe.
-
El nieto de Johnny Winter. Americano, casi albino, extremadamente
flaco y
alto,
pelo rubio largo, gorra hacia atrás, camisa
abierta sobre torso sin
vello,
bermudas
a cuadros,
veinte
años. Habla como si hubiese dado la vuelta al mundo siete veces,
como si tuviese tres ex mujeres, antecedentes penales, un premio
Nobel de Física, siete costillas rotas por un accidente de moto en
el Gran Premio de San Marino, doce medallas al mérito en combate
contra los terroristas del ISIS y
respuestas para todas las preguntas.
Como
si, en fin, estuviese de vuelta de absolutamente todo… a
sus veinte años. Oh, man...
-
La Familia
Park. Compuesta por Mamá Park, Papá Park, Hijo Park 1 e Hijo Park
2. Como su (presunto) apellido indica, vienen de Corea, país al que
pertenece más o menos el 45 por ciento de los peregrinos que ahora
mismo se arrastran hacia Santiago (de Compostela). No les he visto
sonreír ni una sola vez. Ni hablar con nadie. Ni hablar entre ellos.
Los hijos tendrán 18 o 20 años y lucen pelo cortado a tazón. Hijo
Park 1 lleva
gafas. Hijo
Park 2, no.
Ambos fuman, algo que por alguna razón no me esperaba. Mamá Park
tiene un termo con sopa y otro con verduras y moja estas últimas en
el caldo con la ayuda de unos palillos antes
de introducírselas en la boca y masticar lentamente.
Papá Park no está casi nunca. No sé qué hace cuando no está.
- La chica danesa. Unos 25 – 30
años. Es chica y también danesa. La única persona con la que he
tratado de hablar, sin mucho éxito. Al parecer sólo le interesa
hablar con Joe. Sonríe tanto como los Park. Mira bastante al
horizonte. O a ese punto en el que el horizonte debería estar.
- Vittorio y Marcello. Italianos.
Vittorio es gordo. Marcello es flaco. Vittorio es calvo. Marcello se
ha dejado crecer la barba (hirsuta es el adjetivo que no puedo
ahorrarme aquí…, disculpas) durante al menos tres años y podría
ceñírsela al ombligo con un cinturón si lo considerase oportuno.
Parecen buenos tipos, pero ya veremos.
Todos
ellos duermen en mi habitación, de la que Joe, las Gemelas
Gilipollas, el nieto de Johnny Winter y otros dos tipos sin
identificar no han salido en todo el día y a la que no me atrevo a
volver hasta las diez de la noche. Para mi sorpresa, todas las luces
están apagadas y todos mis compañeros de habitación en sus camas,
así que enciendo mi Led Lenser P2 y me derrumbo en mi litera por fin
y
cierro los ojos mientras
el mundo alrededor se va desvaneciendo… hasta
que alguien
empieza a roncar como si tuviese dos tractores John Deere de 1970
insertados en las fosas nasales. Por primera vez siento que
pertenezco al mismo bando que todo el resto de moradores del
Dormitorio 3, puesto
que de pronto todos tenemos un enemigo común. Tchsssss,
What the fuck??, Jesus Christ!, hostia puta!,
Putain!, Cazzo!
도대체!
son
las palabras con las que sellamos nuestro pacto de agresión verbal
contra la que va a ser la fuente de nuestro insomnio esta noche.
A
la mañana siguiente nadie ha conseguido dormir más de dos horas. Ni
siquiera las Gemelas Gilipollas tienen ganas de reírse de nada. Sólo
una pregunta sobrevuela nuestra mala hostia: Quién?
Who? Qui? Chi?
누구?
La
respuesta es sencilla. ¿Por qué? Porque
a pesar de ser
el
único que ha conseguido dormir, también es el único que sigue
durmiendo ahora,
bajo seis o siete pares de miradas que
tratan
de memorizar sus rasgos, grabarlos para siempre en la retina con el
fin de nunca, nunca más compartir con él habitación.
Tal
como sospechaba, es Julian Assange, un francés de
unos treinta y cinco años y pelo total y
prematuramente
blanco (con cejas a juego) a
quien diez horas antes, en el comedor, he oído soltarle
a
un chavalillo una
batería
de consejos que denotaba su afición por el coaching, los manuales de
autoafirmación y liderazgo y otras sandeces que están haciendo de
este mundo un lugar cada vez más estúpido e inhabitable.
No
tengo ganas de abandonar la cama todavía y me limito a dejar que la
gente vaya saliendo de la habitación y del albergue. Después me
tomo un cortado de máquina y unas galletas, me ajusto la mochila,
salgo y empiezo a caminar. Camino deprisa, con paso firme. Lo cierto
es que camino muy deprisa. Quiero adelantarles a todos. Y les
adelanto, uno a uno, como si cada adelantamiento los fuese a borrar
para siempre del camino de flechas amarillas. Pero miro hacia atrás
y allí siguen, paso a paso, metro a metro. Sin
embargo,
por fin estoy solo otra vez, nadie en el horizonte, por
delante la
ruta es mía. Y oh el amanecer, oh el olor a leña cuidadosamente
quemada en los hogares, oh los pequeños pueblos vacíos, oh el
romero y las encinas, oh las primeras cepas todavía repletas de
uvas... Y
de pronto un pinchazo en la parte posterior del muslo izquierdo, un
pinchazo insignificante al principio, pero que kilómetro a kilómetro
se va abriendo paso entre músculos y tendones y que me hace llegar a
Estella cojeando y lleno de dudas sobre mis posibilidades de volver
al camino mañana.
A
pesar de todo, elijo el albergue más alejado, aquel al que sólo se
llega tras subir una cuesta terrible
que
después de seis horas de etapa rompepiernas imagino
que nadie del grupo tendrá ganas de atacar. Me planto en la puerta y
justo cuando voy a cruzarla un tipo con barba y gafas de unos sesenta
y cinco años me cierra el paso.
-
¿Español, inglés, fgancés o alemán?
-
Español
-
¿De dónde vienes?
-
De Puente
-
Has
venido muy depgisa. Eges el pgimego de hoy. ¿Te
has quedado donde los Padges Gepagadoges?
-
Sí
-
Ag. Chinches.
-
Posiblemente.
-
Muy bien. Pgimego, antes
de entgag, hay
que quitagse las botas y dejaglas en esa estantegía. Después, si
quieges, podgás tomag fguta fgesca, café, té o un poco de vino.
Mañana pgepagagemos un ggan desayuno. Y si te pagece bien, antes de igte nos dejas
la voluntad en ese buzón. Aquí pgacticamos la hospitalidad
cgistiana. Me llamo Fgancis. Soy fgancés. De Avignon. ¿Y tú?
Creo
que esta vez he acertado.
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