Mamá Park


Etapa 4: Los Arcos – Logroño
Distancia: 28 kilómetros.
Avituallamiento: Cacahuetes sin identificar. Chorizo de Pamplona.
Canción que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Family Affair (Intérprete: Sly & the Family Stone)

Voy siguiendo a Mamá Park. Y no es sencillo seguir a Mamá Park, porque Mamá Park es muy rápida. También es un animal extraño. Y yo lo sigo hipnotizado, perplejo. Un animal extraño, uno entre un millón.

He salido del albergue media hora antes del amanecer, como ya es mi costumbre, después de beberme un café de máquina con demasiada azúcar, masticar dos galletas que imitan con bastante fortuna a las oreo e intercambiar un par de miradas soñolientas con Marcello y Vittorio. Buen camino. Sí, buen camino. En ese momento sé que la etapa va a ser dura, casi treinta kilómetros arriba y abajo, arriba y abajo, la más larga hasta el momento. Pero el muslo izquierdo duele menos y por otra parte me anima la certeza de que al final del camino me espera mi biógrafa, que además de glosar mis hazañas por escrito me permitirá dormir en su habitación, alejado por una noche de ronquidos ajenos.

El sol se levanta y dos horas después ya no hace falta la chaqueta y los viñedos cargados todavía de uvas exhiben todos los colores posibles y dos o tres imposibles. Y durante unos cuantos kilómetros camino entre ellos y los miro y los admiro y me digo: “Qué raro, los viñedos están todavía cargados de uvas a estas alturas del otoño”. Y también me digo: “Nunca he visto los viñedos exhibiendo tantos colores, todos los colores posibles”. Y justo después: “Ah, esos dos o tres colores son de todo punto imposibles”. Y miro a mi alrededor, en busca de alguien con quien compartir este hallazgo, pero lo que veo secuestra mi atención, la arranca de las cepas de un zarpazo, y aunque tal vez siga en Navarra, a punto de cruzar a La Rioja, estoy en un no lugar y un no tiempo que quizá dura dos o quizá dura diez kilómetros, que quizá dura media hora o quizá dura tres. Es Mamá Park. Y yo la voy siguiendo.

Mamá Park camina deprisa, como todos los coreanos con los que hasta ahora me he encontrado, pero más. Tiene ventaja: no lleva mochila. Hijo Park 1 e Hijo Park 2 (que estarán ya llegando a Logroño, puesto que además de ser coreanos, son también coreanos jóvenes) son sus sherpas, lo que no sólo le permite caminar más deprisa, la espalda acariciada por el viento y el sol de otoño sin interferencias, sino que también le permite hacerlo con clase. Porque Mamá Park camina erguida, con las manos enguantadas a la espalda, la mano izquierda atrapando entre los dedos la muñeca derecha. La barbilla alta, casi displicente, pero no, no displicente, sólo elegante. No hay Merrells ni Salomons ni The North Faces alrededor de sus pies. Por supuesto que no. Mamá Park calza un trasunto coreano de las botas Converse, suela plana, sin agarre, sin protecciones, sin apenas nada más que cordones y loneta decorada con dibujos infantiles de color rosa y amarillo. Y sin embargo es rápida, confía en sus zapatillas infantiles, no les da ninguna importancia. Y la etapa es dura y hay que pisar rocas aquí y allá y hay que trepar y después descender y el firme no siempre merece ese nombre. A Mamá Park le da igual. Camina por la sierra (erguida, las manos atrás, recuerden) como caminaría por el supermercado, mirando aquí y allá. Camina con la despreocupación de quien va comprar unos fideos o un poco de col para el kimchi.

Alcanzamos el punto más alto de la jornada. Desde aquí se divisa ya Viana, ahí enfrente, y más allá Logroño. Mamá Park ha iniciado ya el descenso y yo quiero seguirla, pero una voz rompe la hipnosis.

- Oh, this is so beautiful.

Es una de las dos Gemelas Gilipollas, que se ha parado en el mirador y por primera vez me dirige la palabra mientras saca una foto del valle con la cámara de su teléfono móvil, lo que me deja en estado de shock y me obliga a pararme. Y apenas acierto a decir...

- Yes… Bre... breathtaking, isn’t it?
- So beautiful… Oh, this is so beautiful...

Quizá esta Gemela Gilipollas no sea tan gilipollas después de todo. Quizá sólo sea gilipollas por la noche. O en interiores. Me animo.

- Yes, fantastic. That town there is Viana.
- Uh?
- And over there… see? That’s Logroño.
- Log… what?
- Logroño… the… city. Capital city of La Rioja.
- Uh?
- La Rioja… Wine… You know… Look at all these grapes, the colors...
- Uh?
- Nevermind… Logroño… is where we’ re going today. This stage ends there…
- Ah. Cool. Cool. So beautiful…

La dejo disfrutando de su síndrome de Stendhal y vuelvo al camino, pero, mierda, he perdido a Mamá Park, así que ahora desciendo la colina deprisa en su busca. Desde abajo llega una voz coreana… pero es una voz profunda, de hombre, y todavía no veo a su propietario. Después de una curva por fin diviso a Mamá Park, pero sigue caminando sola, no hay Papá Park ni coreano alguno a su alrededor. Algo ha cambiado, pero no sé cómo ni cuándo. Ya no lleva las manos cruzadas a la espalda. En la mano derecha, su teléfono móvil, del que brota esa voz de hombre. Podría ser la voz del presentador de un programa de radio, una Pepa Bueno macho y coreano, pero me digo que no puede ser, que aquí no llega Radio Seul y tampoco hay internet, y concluyo que probablemente lo que está escuchando es un audiolibro. Y lo escucha sin cascos, al estilo de los viejos transistores que los ancianos llevaban pegados a la oreja los domingos de Carrusel Deportivo. Y en la otra mano… no… no puede ser. Pero sí, sí que puede ser. Y lo es. En la otra mano lleva un botellín de San Miguel al que de vez en cuando da un sorbo sin dejar ni por un momento de caminar erguida y elegante. Y de su codo cuelga una bolsa de plástico en la que viajan otros dos botellines y una mandarina.

Quiero hablar con ella, al menos con gestos. Hablar de viñedos y de colores y de botellines de San Miguel y de zapatillas infantiles. Pero ahí están ya Hijo Park 1 e Hijo Park 2, sentados en sendas rocas, esperando a su madre. Y ella se sienta con ellos y termina su cerveza justo a tiempo de abrir otra. Hablan los tres y se ríen un poco. Y al pasar junto a ellos les sonrío y ellos me sonríen también. Y yo les digo “buen camino” y ellos me responden algo parecido a “buen camino”.

Termino la jornada solo. Los kilómetros entre Viana y Logroño se hacen eternos bajo un sol que no es de octubre, entre polígonos industriales, sobre rampas de asfalto caliente y duro. Entro en la ciudad escuchando a Jimi Hendrix en Radio 3, lo que me da la energía que ya me estaba faltando para llegar a mi destino. Y allí me espera un plato de caparrones y un poco de carne, una cerveza fresca y buena conversación a cargo de los mejores hospitaleros con los que hasta ahora me he topado: Teri, Sali, Mario… y Sara, mi biógrafa, quien mucho antes de lo que sus padres creen se echará una mochila a la espalda y saldrá por ahí a buscar otras voces y otros ámbitos, a toparse con animales tan extraños como Mamá Park. Por ahora escucha mis historias, me habla de las suyas y me permite dormir como un niño cansado en su habitación, rodeado de sus juguetes.

1 comentario:

  1. Ahhhh.... pero qué es eso de que Sara es tu biógrafa?? Qué bueno.!! Me encanta...

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