Despacio


Etapa 3: Estella – Los Arcos
Distancia: 21,2 kilómetros
Avituallamiento: Cables rojos sweet & sour con… no sé… una cosa blanca dentro. Y cacahuetes Grupo IFA.
Canción que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Extraña sensación (Intérprete: Toconos)

Doooo – Miiiii – Doooo – Miiii – Doooo – Miiii

Francis nos despierta soplando con delicadeza su armónica desde la puerta del dormitorio y al salir de la habitación compruebo que no mentía cuando me dijo que tendríamos un “ggan desayuno” por la mañana: dos docenas de huevos duros, fruta fresca recién pelada y cortada, naranjas y mandarinas, pan tostado, mantequilla, mermelada, nutella, café y cuatro clases de té… además de gachas de avena, preparadas por Laurin.

- Ag. Comida paga pájagos. Qué gago es este tío.
- Hmm. Oatmeal… My favorite…
- ¿Qué? ¿Qué ha dicho ahoga?

De hecho, Laurin es el único que prueba las gachas, mientras las dos coreanas no salen de su asombro al presenciar una demostración extrema del concepto “on toast” a cargo de Rob, que destroza dos huevos duros sobre una tostada.

Nos despedimos deprisa. Francis insiste en que Vitor debería visitar el museo Oteiza y le suelta una disertación improvisada sobre la escultura del vacío justo antes de que siga pedaleando en dirección contraria a la nuestra. Me jode que no vayamos a vernos otra vez. Tampoco es probable que vaya a ver mucho más a Rob, cuyas ampollas le van impedir seguir un ritmo normal de marcha, si es que no le obligan a abandonar. Y Francis y yo nos damos un abrazo. Va a ser difícil encontrar tanta hospitalidad y tantas ganas de conversación en este viaje. También va a ser difícil encontrar a alguien tan “especial” como él.

- Oh, bye, Laurin.
- Uh? Ah, bye. Buen camino.

Salgo de Estella con Irene, la coreana, que habla un poco de español y llegamos hasta la fuente de vino que bodegas Irache tiene instalada a las afueras de la ciudad para los peregrinos. Aún no ha amanecido, pero después de semejante desayuno, decidimos echar un trago, con la esperanza de que el vino nos haga olvidar lo mucho que todavía nos duelen nuestros respectivos muslos izquierdos.

Y funciona. Poco a poco las piernas se van desentumeciendo, al mismo tiempo que el sol empieza a asomar, a elevarse sobre la bruma que ahora mismo cubre el valle y apenas deja ver la ciudad desde las colinas a las que ya nos vamos encaramando paso a paso. Camino con cuidado, a zancadas cortas, tratando de no forzar la pierna izquierda. Las sensaciones son fantásticas. Me gusta caminar al amanecer, bajo el sol frío de las ocho y media, sentir cómo poco a poco va subiendo la temperatura. La falta de velocidad es importante. Estoy viendo la región en la que nací como nunca la había visto hasta ahora. He estado en Tierra Estella varias veces, la he atravesado muchas más, pero ahora, caminando despacio por senderos que ni siquiera sabía que existían, siento que estoy en otro país, sin duda porque a este ritmo el país se toma su tiempo para dejarme que lo mire, lo huela, lo escuche y lo pise. De hecho, ayer, durante la cena con Vitor y Rob, estuve a punto de decir algo así como “soy de Pamplona, una ciudad que está en el norte de...”, cuando de repente caí en la cuenta de que tan sólo estaba a veinte minutos en coche de la ciudad en la que nací. Rodeado de extranjeros, y después de dos jornadas de viaje, bien podría haber estado en Singapur. Y así es como me sentía.

Tengo dos opciones: llegar hasta Torres del Río o quedarme en Los Arcos. Opto por la segunda, aunque de esta forma la etapa de mañana, que termina en Logroño, será más larga y dura. La pierna está respondiendo pero no quiero forzarla más. Por hoy es suficiente. 
 
En Los Arcos me recibe un nuevo día de verano de este octubre tan raro. El albergue en el que me quedo es grande y lo llevan dos belgas que me resultan tan impersonales como el propio establecimiento. Sí, voy a echar de menos a Francis. Y a Rob y a Vitor. Incluso a Laurin.

Subo a mi habitación, me desprendo de la mochila y me doy una ducha. Cuando regreso, una de las Gemelas Gilipollas ya está dejando sus cosas sobre su litera. Me compro una lata de cerveza en la máquina que hay en la cocina y salgo a bebérmela sentado al sol. Allí están la Chica Danesa, auscultando el horizonte, y Joe, degustando su tercer Aquarius de limón.

- Hi, mate. Fuck, this shit is good. We don’t have this shit in England. Shit.

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