Etapa
23: Triacastela - Sarria
Distancia:
18,3 kilómetros
Avituallamiento:
Castañas
Canción
que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Wild Wood
(Intérprete: Paul Weller)
Todavía
no ha amanecido y nos tomamos nuestro tiempo para desayunar en el
café Atrio, el único abierto a estas horas en Triacastela, que nos
sorprende con los mejores croissants que he probado en mucho tiempo.
Son tan buenos que entre Anna y yo agotamos las existencias del
local, para disgusto de los peregrinos que llegan más tarde.
La
etapa de hoy es, sobre el papel, un paseo. Poco más de dieciocho
kilómetros, lo que a estas alturas nos suena a día de fiesta para
las piernas y las rodillas. Sin embargo, la escasa distancia de la
jornada se compensa con una buena ración de rampas duras durante los
primeros siete kilómetros. Afortunadamente, el sendero transcurre
entre auténticos túneles vegetales, por bosques encantados de
robles y castaños que parecen haber estrenado sus colores esta misma
mañana. Jesús y yo volvemos a adelantarnos y pronto perdemos de
vista al grupo. Mi compañero de caminata no deja de repetir su
mantra, abrumado por la belleza de estos bosques que no abundan en su
tierra: “Esto no se cuenta. Esto no se puede contar. Hay que
verlo”. Pero hoy lo enriquece con este otro apunte:
-
No me extraña que la gente que conoce lo de Burgos empiece el camino
aquí y diga “que le den por culo a Burgos…”
A
Jesús le gusta saludar a todos los lugareños con los que nos
topamos cada vez que entramos en un pueblo. No son muchos, porque en
este rincón del planeta, conocido como Ribeira Sacra, hay bastantes
más vacas que humanos, y los pocos con los que nos encontramos están
a lo suyo, enredados en tareas que no han cambiado mucho desde la
Edad Media, sin apenas reparar en los extraños que por unos segundos
se cruzan en su camino con una mochila a la espalda. De todas
maneras, Jesús siempre prueba suerte, en voz alta, firme y a la vez
amistosa.
-
Buenos días.
Y
la mayor parte de las veces recibe otro “buenos días” como
respuesta y entonces sigue caminando, satisfecho al confirmar en sólo
dos palabras la bonhomía y hospitalidad de los vecinos. Pero cuando
no es así, y especialmente cuando el receptor de su saludo le mira
de arriba abajo, de esa manera que a Jesús no le gusta nada, porque
cree ver indicios de desprecio al peregrino, o quizá al vagabundo (o
al drifter, esa palabra que Jesús no conoce, pero que tiene
que ver con dejarse ir a la deriva, al antojo de las mareas), suelta,
también en voz alta, firme, pero no del todo amistosa…
-
Nada. Ni puto caso. Cuánto le costará decir “buenos días”…
Galicia
es esta mañana inmensa fuente de ensalada que recorremos por su
borde, sobre brumas que se van deshilachando ahí abajo conforme
avanza el día. Y poco a poco vamos descendiendo hasta Sarria, punto
en el que muchos peregrinos comienzan el camino hacia Santiago (de
Compostela), puesto que desde allí tan sólo faltan cien kilómetros
para llegar a la plaza del Obradoiro, la distancia mínima que las
autoridades de este asunto exigen para conceder al peregrino la
Compostela, el documento que certifica la realización del camino.
Llegamos
a Sarria muy temprano, hacia las doce y media, antes de que el
albergue en el que nos vamos a quedar haya abierto sus puertas. Así
que hacemos tiempo en la terraza del bar de enfrente (cerveza y tapa
de lacón con queso al sol), al que poco a poco van llegando Massi,
Juan y Anna. Y también Matthew, el canadiense, al que la etapa se le
ha hecho demasiado corta y por tanto va a seguir camino hasta el
siguiente pueblo. Nosotros podríamos hacer lo mismo, doblar una o
dos etapas, ahora que son más cortas, para llegar antes a nuestro
destino final. Pero lo que buscamos es precisamente lo contrario:
lentitud, estirar al máximo los pocos días que nos quedan juntos,
caminar sin prisa.
Despacio,
compañeros.
Queremos
llegar. Pero no queremos llegar.
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