Etapa
27: Arzúa – O Pedrouzo
Distancia:
19,1 kilómetros
Avituallamiento:
Nada
Canción
que hoy se repite en mi cabeza mientras camino: Ninguna.
La
penúltima etapa resulta ser la más fácil del camino hasta ahora.
Diecinueve kilómetros prácticamente llanos que nos llevan de Arzúa
a O Pedrouzo y que cubrimos en unas cuatro horas, sin despeinarnos,
casi por inercia. A las doce y media de la mañana ya hemos llegado a
destino. El día es ciertamente desagradable (viento, frío, lluvia)
y en O Pedrouzo (que difícilmente aspirará alguna vez al premio a
la villa más bonita de España) no hay mucho que hacer. Una vez que
cumplimos con el trámite de llenarnos el estómago (un plato de
pasta en un establecimiento pseudoitaliano bastante triste) nos
encerramos en el albergue a leer, escribir, sestear, charlar con unos
y con otros y pensar en lo que vamos a hacer a partir de pasado
mañana, cuando todo esto haya acabado.
Y
resulta extraño imaginarse fuera del camino, de esta línea continua
de asfalto, polvo, piedras y hierba por la que llevamos transitando
cuatro semanas, sin más obligación que seguir dando pasos, uno tras
otro, sin prisa y sin desvíos. Extraño volver a nuestras vidas, a
nuestras ropas, a nuestra gente, a todas esas cosas que nos definen
de una manera y no de otra. Extraño abandonar esta excepción que es
el camino, este disfraz, esta rutina que durante un mes se ha
convertido en nuestra vida y que en algún momento nos confundió al
hacernos pensar que nunca terminaría. Nos queda el día grande,
claro, pero casi preferimos no pensar en él para no anticipar
emociones que todavía no sabemos si experimentaremos o no. También
para no gastarlo por adelantado.
En
principio, Anna quería seguir caminando hasta Finisterre, pero
finalmente ha decidido parar en Santiago (de Compostela) y tomarse
tres días de descanso antes de volver a Italia, donde tiene que
asistir a una boda, y después volar a Kenia para unos cuantos días.
Jesús
también quería continuar hasta Finisterre, pero le reclaman ya
desde Alicante y creo que tiene ganas de volver y estar con su gente.
Aunque ya está haciendo planes para emprender el “camino
portugués” en cuanto en su casa le quiten la vista de encima.
Juan
es el único que va a seguir caminando. Su plan es llegar a pie hasta
su casa, en Vilagarcía de Arousa. Le costará un par de días más y
tendrá que hacerlo en solitario. Quizá se cruce con algún
peregrino del camino portugués.
Yo
tengo ya en un bolsillo de la mochila mi billete de vuelta a
Pamplona. El martes por la mañana me subiré a un tren y cruzaré el
norte durante nueve horas, parando en algunos de los lugares por los
que hemos ido pasando: Villafranca del Bierzo, Astorga, León,
Burgos… Massimiliano ha decidido venir en el mismo tren, que le
llevará en unas quince horas hasta Barcelona, desde donde tratará
de buscar un autobús que le deje en Milán… Todo por no subirse a
un avión.
En
fin, esto se acaba. Mañana, si nada lo remedia, llegaremos a
Santiago (de Compostela), donde pasaremos juntos dos noches y sus
días. Aún no sabemos dónde nos vamos a quedar, pero no será un
albergue. Queremos premiarnos con una habitación individual, con su
ducha individual y su puerta que se cierra con llave y deja al resto
del mundo fuera. Queremos celebrar, celebrarnos. Queremos que los dos
próximos días sean largos, que empiecen cuanto antes y que tarden
en terminarse.
Así
que buenas noches.
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